Desde hace más de dos décadas le contesta a quien la llama Sabrina, Kiara y mamá. Una cintura pequeña, una estatura de miss y una sonrisa de espacio publicitario no bastan para mantener por tanto tiempo una carrera como cantante, actriz y animadora. Tiene que haber algo más. La constancia y el talento le rinden frutos Como la primera vez, su nueva producción discográfica, y los aprovecha pero con los conocimientos de la experiencia
Verla es entender el porqué del “vainón que me echó Gilberto Correa” al bautizarla como Kiara, “la sensualísima”. Un nombre, un cuerpo y una voz que han sido referencia obligada para los venezolanos cuando se trata del arte de la estimulación placentera de los sentidos —para los hombres fantasear y para las mujeres imitar—. Un nombre artístico que no es su álter ego; un cuerpo que después de veintidós años podría vestir pantalones ajustadísimos y sostenes adornados, pero ya no lo hace; y una voz que se ha vuelto más grave, más madura. Y conversar con ella es entender el porqué de las seis interrupciones durante la entrevista por parte de los músicos que ya habían compartido al menos dos horas en un ensayo que se repetiría apenas cuarenta y ocho horas después. Kiara es un imán de gente.
Contradictoria timidez
Lo que no pareciera ser una característica de su personalidad se revela en un conjunto de gestos pícaros y aniñados: una risa nerviosa y pausada, “ja, ja, ja”; casi entre los dientes que muestra con una sonrisa algo reacia; y una mirada elocuente, es un “no quiero responder” entre pestañas maquilladas. Todo al mismo tiempo. Sin embargo, responde. Repite la pregunta, piensa y responde con cautela lo que considera que ya pasa al límite de la vida privada.
Si implica sentimientos y relaciones de pareja, pasa el límite —más o menos—. A su esposo lo conoció en un chalet suizo, antes de partir tres meses a Chile, él le dijo: “la verdad es que yo estaré esperándote, me agradas y pase lo que pase aquí estaré a tu regreso”. Y estuvo. Ya son casi trece años de matrimonio; pero el intermedio es confidencial: “¡Eh!, lo normal que hacen todas las parejas”. No obstante, hace cinco años comentó en otra entrevista para una revista que nadie se imaginaría que ella lloraba cuando hacía el amor.
El Merequetengue Carupanero
sábado, 2 de julio de 2016
La banana
La mamá de Matilde nunca la dejaba hacer nada peligroso, ni nada que pudiera llegar a serlo. “Matilde, deje de correr que se puede caer”, “Matilde, no salte en la cama que se puede dar un golpe”. Y para lo demás había una razón mágica: “Matilde, no ande descalza que eso es malo”, “Matilde, no se siente en el piso que eso es malo”.
Matilde era la menor de dos hijas. Sin embargo, Ana Isabel no estaba sometida al yugo sobreprotector de su madre; hacía lo que quería. Su hermana era libre y ella no. Matilde pensaba que era porque Ana Isabel tenía 4 años más que ella, una ventaja imposible de minimizar. El tiempo le servía de enemigo y de consuelo. “Seguramente mamá era el doble de lo peor que es ahora. Pobrecita Ana, ha sufrido esto más tiempo que yo”, se decía para animarse. Lo cierto era que Ana sabía muy bien cómo manipular a su papá para salirse con la suya; táctica que Matilde, con 8 años de edad, no había logrado descifrar.
Un buen día sus padres decidieron vender el carro de la familia y gastarse el dinero vacacionando tres semanas en Margarita. Se quedaron en el apartamento tipo estudio de una de sus tías. ¡Un apartamento sin habitaciones! Matilde no podía creer que la cocina estuviera dentro del cuarto o que la cama estuviera metida en la cocina. Daba igual, estaba viviendo algo nuevo y no podía estar más emocionada.
La primera semana fue de derroche absoluto: ropa y zapatos para todo el mundo. “Mamá, cómprame esto” y se lo compraban; “Mamá, vamos para allá” y para allá iban. Las niñas no podían creer que su madre las estuviera obedeciendo. Los primeros diez días fueron de playas y centro comerciales. “No hay manera de que mamá se ponga fastidiosa aquí, debe ser que el calor la tiene distraída de su manera de ser”, pensó Matilde y estaba en lo correcto.
Matilde se paseaba con el traje de baño, un pareo que su mamá le amarraba alrededor del cuello como vestido y unas sandalias llenas de arena. Margarita era el paraíso, sin lugar a dudas. Al día siguiente, todos amanecieron cansados. Todos menos Matilde, quien los convenció de salir del cuarto-cocina o cocina-cuarto para ir a la playa, esa que no tenía olas y que a ella tanto le gustaba. En la segunda semana seguía teniendo poderes sobre su mamá.
Matilde era la menor de dos hijas. Sin embargo, Ana Isabel no estaba sometida al yugo sobreprotector de su madre; hacía lo que quería. Su hermana era libre y ella no. Matilde pensaba que era porque Ana Isabel tenía 4 años más que ella, una ventaja imposible de minimizar. El tiempo le servía de enemigo y de consuelo. “Seguramente mamá era el doble de lo peor que es ahora. Pobrecita Ana, ha sufrido esto más tiempo que yo”, se decía para animarse. Lo cierto era que Ana sabía muy bien cómo manipular a su papá para salirse con la suya; táctica que Matilde, con 8 años de edad, no había logrado descifrar.
Un buen día sus padres decidieron vender el carro de la familia y gastarse el dinero vacacionando tres semanas en Margarita. Se quedaron en el apartamento tipo estudio de una de sus tías. ¡Un apartamento sin habitaciones! Matilde no podía creer que la cocina estuviera dentro del cuarto o que la cama estuviera metida en la cocina. Daba igual, estaba viviendo algo nuevo y no podía estar más emocionada.
La primera semana fue de derroche absoluto: ropa y zapatos para todo el mundo. “Mamá, cómprame esto” y se lo compraban; “Mamá, vamos para allá” y para allá iban. Las niñas no podían creer que su madre las estuviera obedeciendo. Los primeros diez días fueron de playas y centro comerciales. “No hay manera de que mamá se ponga fastidiosa aquí, debe ser que el calor la tiene distraída de su manera de ser”, pensó Matilde y estaba en lo correcto.
Matilde se paseaba con el traje de baño, un pareo que su mamá le amarraba alrededor del cuello como vestido y unas sandalias llenas de arena. Margarita era el paraíso, sin lugar a dudas. Al día siguiente, todos amanecieron cansados. Todos menos Matilde, quien los convenció de salir del cuarto-cocina o cocina-cuarto para ir a la playa, esa que no tenía olas y que a ella tanto le gustaba. En la segunda semana seguía teniendo poderes sobre su mamá.
“Cárcel de amor”, o la inanición ante el desamor
El escritor español Diego de San Pedro relata en su novela titulada Cárcel de amor, publicada en 1492, la historia de un hombre que se deja atrapar por los sufrimientos del amor hasta acabar con su vida.
Leriano siente una atracción por Laureola, una muchacha que resplandece glorificada ante la mirada del joven. Es tanto el sentimiento de él por ella, que el autor hace uso de alegorías para representar el estado interno del personaje. El diccionario de la Real Academia de Española (RAE) define alegoría como una “ficción en virtud de la cual un relato o una imagen representan o significan otra cosa diferente”. De esta manera, Leriano es un prisionero de Deseo, un “feroz de presencia como espantoso de vista”, que lo mantiene encerrado en la cárcel de amor, martirizado por el Ansia y la Pasión. Y a su vez, el recinto está constituido sobre cuatro pilares; Memoria, Entendimiento, Voluntad y Razón.
El narrador accede a servir de intermediario entre Leriano y Laureola por petición de él, logrando que se intercambien cartas de amor. Sin embargo, el conflicto viene dado por un tercero, Persio, que difunde rumores que ponen en riesgo el honor de la dama. Aunque el bien prevalece y Leriano vence a Persio en defensa de su amada, que enfrentaba una ejecución, la jovencita prefiere no restablecer la relación, sumiendo a su enamorado en una profunda tristeza.
Leriano decide echarse a morir y en otro acto lleno de simbolismo destroza las cartas de Laureola y bebe las palabras rotas, las promesas no cumplidas, el amor no correspondido y la falta de amor de ella por él. Ante el lamento poético de su madre, Leriano perece de inanición.
Leriano siente una atracción por Laureola, una muchacha que resplandece glorificada ante la mirada del joven. Es tanto el sentimiento de él por ella, que el autor hace uso de alegorías para representar el estado interno del personaje. El diccionario de la Real Academia de Española (RAE) define alegoría como una “ficción en virtud de la cual un relato o una imagen representan o significan otra cosa diferente”. De esta manera, Leriano es un prisionero de Deseo, un “feroz de presencia como espantoso de vista”, que lo mantiene encerrado en la cárcel de amor, martirizado por el Ansia y la Pasión. Y a su vez, el recinto está constituido sobre cuatro pilares; Memoria, Entendimiento, Voluntad y Razón.
El narrador accede a servir de intermediario entre Leriano y Laureola por petición de él, logrando que se intercambien cartas de amor. Sin embargo, el conflicto viene dado por un tercero, Persio, que difunde rumores que ponen en riesgo el honor de la dama. Aunque el bien prevalece y Leriano vence a Persio en defensa de su amada, que enfrentaba una ejecución, la jovencita prefiere no restablecer la relación, sumiendo a su enamorado en una profunda tristeza.
Leriano decide echarse a morir y en otro acto lleno de simbolismo destroza las cartas de Laureola y bebe las palabras rotas, las promesas no cumplidas, el amor no correspondido y la falta de amor de ella por él. Ante el lamento poético de su madre, Leriano perece de inanición.
lunes, 13 de agosto de 2012
La muerte del ombligo
El ombligo es una cicatriz que pica al cuerpo por la mitad. Cuando uno está insoportable, alguien te pregunta: "¿Acaso te crees el ombligo del mundo?". El centro del universo.
El ombligo es una cicatriz espantosa, profunda, hueca y dolorosa si uno se mete el dedo hasta el fondo.
El ombligo es una cochinada. Pero es normal, porque está antes de uno mismo. Hasta los que no son gente tienen ombligo. Unos son feos -los que parecen unos botones incrustados- y otros no. Los modernos los adornan con piercings, o se tatúan un sol alrededor. Qué estupidez.
La Real Academia de la Lengua Española define cicatriz como la "señal que queda en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga" y la "impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado". Una cicatriz es la marca que queda cuando algo se desprende de forma no natural.
La cicatriz es el recuerdo de algo; en este caso, de que vienes de alguien. El ombligo es la primera marca que deja la mamá.
El ombligo es una cicatriz espantosa, profunda, hueca y dolorosa si uno se mete el dedo hasta el fondo.
El ombligo es una cochinada. Pero es normal, porque está antes de uno mismo. Hasta los que no son gente tienen ombligo. Unos son feos -los que parecen unos botones incrustados- y otros no. Los modernos los adornan con piercings, o se tatúan un sol alrededor. Qué estupidez.
La Real Academia de la Lengua Española define cicatriz como la "señal que queda en los tejidos orgánicos después de curada una herida o llaga" y la "impresión que queda en el ánimo por algún sentimiento pasado". Una cicatriz es la marca que queda cuando algo se desprende de forma no natural.
La cicatriz es el recuerdo de algo; en este caso, de que vienes de alguien. El ombligo es la primera marca que deja la mamá.
viernes, 13 de abril de 2012
Primera entrada
Este blog tiene un año de existencia. Tal vez sea un intento por no quedarse atrás en lo que al mundo 2.0 se refiere. Tengo una cuenta en Twitter y otra en Facebook. Preferí sumarme al blog antes de tener alguna otra cosa de esas de las que ni nombres sé.
Supongo que su creación se debe a ese impulso idiota de mostrarse... de opinar, como si lo que pasa por el cerebro de uno no fuese una alienación contradictoria de cosas existentes, comunes y vulgares. Esta no es una cabeza extraordinaria.
Aquí reina una infancia comiendo mejillones hasta la intoxicación en Carúpano, una curiosidad por Lila Morillo y su tercera persona, un dolor compartido con Gloria Trevi como si hubiésemos sido compañeras de celda y años pegada frente a un televisor que cambiaba de Venevisión a RCTV y viceversa.
Oportunidades para la famosa "Primera entrada" han sobrado: haber terminado la Universidad (con el cuentico de la tesis incluido), las experiencias de mi primer trabajo serio, una carta de amor a mi mamá y un viaje a Carúpano en Carnavales.
Aquí termina. Sin cuento, sin anécdotas, sin carta de amor y sin viaje.
Supongo que su creación se debe a ese impulso idiota de mostrarse... de opinar, como si lo que pasa por el cerebro de uno no fuese una alienación contradictoria de cosas existentes, comunes y vulgares. Esta no es una cabeza extraordinaria.
Aquí reina una infancia comiendo mejillones hasta la intoxicación en Carúpano, una curiosidad por Lila Morillo y su tercera persona, un dolor compartido con Gloria Trevi como si hubiésemos sido compañeras de celda y años pegada frente a un televisor que cambiaba de Venevisión a RCTV y viceversa.
Oportunidades para la famosa "Primera entrada" han sobrado: haber terminado la Universidad (con el cuentico de la tesis incluido), las experiencias de mi primer trabajo serio, una carta de amor a mi mamá y un viaje a Carúpano en Carnavales.
Aquí termina. Sin cuento, sin anécdotas, sin carta de amor y sin viaje.
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