Verla es entender el porqué del “vainón que me echó Gilberto Correa” al bautizarla como Kiara, “la sensualísima”. Un nombre, un cuerpo y una voz que han sido referencia obligada para los venezolanos cuando se trata del arte de la estimulación placentera de los sentidos —para los hombres fantasear y para las mujeres imitar—. Un nombre artístico que no es su álter ego; un cuerpo que después de veintidós años podría vestir pantalones ajustadísimos y sostenes adornados, pero ya no lo hace; y una voz que se ha vuelto más grave, más madura. Y conversar con ella es entender el porqué de las seis interrupciones durante la entrevista por parte de los músicos que ya habían compartido al menos dos horas en un ensayo que se repetiría apenas cuarenta y ocho horas después. Kiara es un imán de gente.
Contradictoria timidez
Lo que no pareciera ser una característica de su personalidad se revela en un conjunto de gestos pícaros y aniñados: una risa nerviosa y pausada, “ja, ja, ja”; casi entre los dientes que muestra con una sonrisa algo reacia; y una mirada elocuente, es un “no quiero responder” entre pestañas maquilladas. Todo al mismo tiempo. Sin embargo, responde. Repite la pregunta, piensa y responde con cautela lo que considera que ya pasa al límite de la vida privada.
Si implica sentimientos y relaciones de pareja, pasa el límite —más o menos—. A su esposo lo conoció en un chalet suizo, antes de partir tres meses a Chile, él le dijo: “la verdad es que yo estaré esperándote, me agradas y pase lo que pase aquí estaré a tu regreso”. Y estuvo. Ya son casi trece años de matrimonio; pero el intermedio es confidencial: “¡Eh!, lo normal que hacen todas las parejas”. No obstante, hace cinco años comentó en otra entrevista para una revista que nadie se imaginaría que ella lloraba cuando hacía el amor.
Un tercer matrimonio que la haría pasar por enamoradiza: “¿qué significa eso?, ¡caramba!, es una pregunta difícil. Es que me estás preguntando cosas que, ¡muérete!, nunca he ventilado. ¿Enamoradiza? Me imagino que sí, me gusta estar agradada con una pareja”. Pero confiesa con facilidad que utiliza la pinza de cejas para quitarse “cualquier pelo en cualquier parte no deseada; obviamente he ido a (depilación) láser y esas cosas pero siempre nace uno donde no debe nacer”. Lo privado es íntimo y lo íntimo es y no es privado.
Kiara la mamá. “¿Kiara la mamá de quién?”. Tiene un hijo: Marco Aurelio. Hizo de tripas corazones y fue mamá y papá. “En eso creo que siempre me he sentido como muy insegura, en ser mamá. El hecho de educar es una responsabilidad sumamente grande, de llevar a tu hijo con buen pie”.
A los dieciocho años se casó, estudiaba Derecho en la Universidad Católica Andrés Bello. “Me llevé los libros a la luna de miel pero no los utilicé”. Un divorcio, un matrimonio, un divorcio, un matrimonio. Marco Aurelio tiene veintitrés años, uno más de los que tiene Kiara con ese nombre, y le ha hecho saber a las parejas de su mamá que no son sus padres.
“Yo creo que a mis parejas tampoco les ha gustado ser papá de nadie, entonces son más amigos que otra cosa; creo que ni siquiera son figuras paternas”. Es el esposo de la mamá. Una mamá libre. Una mamá que ha dado cariño y cosas materiales.
Ni pide permiso ni entiende a las mujeres que lo hacen, como si tuvieran dueño. “Soy un alma libre desde que nací y la gente que se ha enlazado conmigo siempre lo ha sabido”. Muchas de sus amigas —aunque después comenta que no cree en la amistad entre mujeres porque los hombres son más leales, según ella; “que no se ofendan, son mis compañeras de diversión y les tengo mucho cariño”— son solteras porque algunas de las casadas mantienen un discurso similar en el que el hombre es su esposo y también es su padre. “Si depende económicamente de él y eso la hace esclava, ¡allá ella! Mi marido es un hombre exitosísimo pero igual yo podría vivir sola con dignidad”.
La sensualidad evoluciona en sencillez
Como quien se despierta en un día lluvioso, con el cielo gris y un país inundado; pero con compromisos impostergables. Un mono deportivo verde manzana cuyo diseño delata la marca por tener impresas sus cuatro primeras letras donde la tela adopta la curva más prominente que cubre: AERO, de Aeropostale; una camisa blanca sin mangas que se sube cerca de una cicatriz que tiene “de 23 años para 24”; zapatos deportivos; y una cartera Ed Hardy grande y colorida. Como quien se despierta en un día lluvioso, Kiara no está apta para la foto; "yo te la mando".
El primer compromiso impostergable del día es un encuentro con la Orquesta Sinfónica de Venezuela, el penúltimo antes del concierto privado; treinta y cinco músicos —o cuarenta, o más—, casi todos hombres, tocan entradas y salidas de canciones que ella canta, tararea y anota con su mano izquierda en una hoja que sale y entra de la cartera en repetidas ocasiones. Uno de ellos cierra los ojos cuando la música tiene voz. Una voz que se queja, una voz que juega.
Una voz que mantiene el histrionismo cuando habla. Una voz que entona los signos de interrogación a la perfección. Pareciera no haber un filtro y tampoco tiempo entre lo que piensa y lo que dice, su agilidad mental y el afán que tiene en decir absolutamente todo lo que se le ocurre hace que se interrumpa, que pierda el hilo de la conversación y que cambie de tema hasta hacer la variación casi imperceptible. “Pero, ¿qué te estaba contestando?, eso me pasa muy a menudo”. Una voz que inventa un chiste sin explicarlo y sin esperar ser entendido.
Durante el receso, es la única persona sentada en el piso de la tarima del teatro de la Hermandad Gallega para charlar. Un chicle que deja entrever con cada palabra y una mano que sube hasta su cabeza, escoge un mechón de cabello al azar y lo lleva hasta la nariz para olerlo. Una y otra vez. “¿Un lujo? ¡La peluquería! Me quita todo el dinero del mundo porque no me gusta mi pelo, es enroscado. Fíjate en esta zarandaja que encuentras hoy”.
El costo de ser “la sensualísima” de un país equivale al peso de las miradas de sus habitantes. Siempre se fijan en su peso y en cómo mantiene la figura y el rostro. “Resulta que en este país después de los treinta y ocho años todas somos viejas. No entiendo, porque en Europa sería una mujer joven, pero aquí ya te dicen conservada”. Y el juicio de un público se convierte en una renta constante de procedimientos estéticos: “Eso significa que tienes que hacerte láser, que tienes que ponerte bótox, que me operé los senos, que una vez me hice una liposucción en las caderas para quitar las revolveras, que hago mucho ejercicio y trato de comer bien; pero también como mal. O sea, hago las dos cosas”.
La sensualidad cambia con el tiempo, ahora la enfoca hacia la personalidad: “Yo soy más divertida que otra cosa, me considero bastante lejos de la sensualidad. Yo sé que viene de sentidos y de evocar cosas satisfactorias en la gente; pero no entiendo qué es ser sensual”. Sí, ella no tiene la clave. “No sé si es que soy dicharachera o es que me gusta conocer a la gente y tocarla. No sé. Tendremos que preguntárselo a mi marido o a mis ex”. Y, finalmente, se escucha la carcajada.
Un músico la ve desde la tarima, la mirada fija la desconcentra, de esas miradas que llaman. “¿Me querías decir algo?”. No quería, sólo la observaba, con la cabeza ladeada y sonriendo. Un “¡necio!” cariñoso y un “¡tan bello, ven acá!” fueron su respuesta. El momento confirma lo que pudiera ser su mejor descripción: "Soy Kiara con todo lo que viene con ella".
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